El fotógrafo Pablo Grillo continúa internado en grave estado en el Hospital Ramos Mejía, luego de que una granada de gas lacrimógeno disparada por las fuerzas de seguridad le abriera la frente al medio. Pero no fue el único herido durante la represión habilitada por el gobierno de Javier Milei, encabezada y luego justificada por la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y ejecutada por la Policía Federal, la Policía de la Ciudad, la Gendarmería y la Prefectura a la manifestación de jubilados del miércoles pasado en las inmediaciones del Congreso.
Ana Martínez, por ejemplo, recibió un balazo de goma de un gendarme que le apuntó a la cara, disparó y le partió el labio. En el Hospital Ramos Mejía tuvo que soportar a dos policías y una persona de civil que la miraban mientras recibía cuatro puntos de sutura y se reían.
“Todo fue una situación ultraviolenta, pero estoy orgullosa de haber marchado. No tengo miedo de lo que pueda pasar. El miércoles que viene voy a volver porque soy una persona responsable que decidió apoyar a los jubilados y marchar por ellos”, aseguró en diálogo con Página/12.
HISTORIA DE VIDA, COMPROMISO Y REPRESION
Ana tiene 22 años y es de Quilmes. Trabajó hasta el mes pasado en la clínica San Martín, en Berazategui, pero fue despedida cuando se terminaron los meses de prueba. Estuvo en la marcha junto a su novio, con quien ya habían asistido a la convocatoria antifascista del 1º de febrero pasado y a la protesta en defensa de las universidades públicas de hace un año.
“Tengo abuelos, tíos y amigos con familiares jubilados y estoy indignada. No me parece que la lucha por su jubilación sea algo que tengan que hacer solos. La jubilación es un derecho que también voy a tener yo en algún momento”, argumentó entre los motivos por los cuales se comprometió con la convocatoria de cada miércoles.
Ingresaban a la zona de la Plaza del Congreso desde la avenida 9 de Julio, a la hora en la que estaba convocada la manifestación de jubilados que el miércoles pasado recibió el acompañamiento de grupos de hinchas de diferentes clubes de fútbol.
“Estábamos a dos cuadras más o menos del Congreso cuando se volvió todo demasiado violento. Empezamos a ver que la policía se empezó a sacar, a golpear gente, a tirar gases. Aparecieron en motos disparando”, narró.
Entonces, a unos metros de donde caminaban ella y su novio, vio a una chica que “gritaba que la ayuden, que ella no había hecho nada”. Un grupo de policías la estaba llevando detenida. “Yo, shockeada con la situación, me quedé mirándola”, continuó con el relato la joven. Ella estaba en la vereda, “no protegida”. “Volteé la mirada y había un gendarme con el rostro tapado con el arma apuntándome a la cara. Y me disparó”, dijo.
Martínez dio media vuelta y echó a correr. Su novio la siguió, asustado. “Sangraba mucho y él se asustó porque pensó que me habían dado en la garganta”, describió.
En la esquina se toparon con un grupo de personas que “también participaban de la marcha y estaban comprando leche porque los habían gaseado”, quienes le indicaron que cerca de allí había una ambulancia para que se acerquen: “Fuimos y enseguida que me vieron me subieron a la ambulancia. Ahí había una señora de unos 70 años con las piernas baleadas, que como nosotros no estaba haciendo nada”. Fueron ambas trasladadas al Hospital Ramos Mejía, la misma institución donde más tarde intervinieron al fotógrafo Pablo Grillo, herido de extrema gravedad en la cabeza por un policía en el marco de la brutal represión. La vida de Grillo aún corre riesgo.
A Martínez la ingresaron sola en el Ramos Mejía, no dejaron que su novio la acompañe. “La situación fue muy fea pues él no sabía cómo estaba yo, tuvo que llamar a mi familia, se desesperaron todos“, añadió. Al lado de ella en la sala en donde recibió atención “había una chica que era menor de edad que le habían dado un balazo en la cabeza y le dieron varios puntos. También vi cómo le pegaron un balazo de goma a un señor en el ojo”, como sucedió el año pasado con Matías Aufieri, el abogado que perdió un ojo en una de las represiones que el Gobierno nacional desplegó el año pasado.
BURLA Y ACOSO
A la joven de 22 años, la bala de goma del gendarme que le disparó directo a la cara le provocó un tajo en el labio que requirió cuatro puntos de sutura. Pero eso no fue todo porque en el consultorio, sola, sufrió “acoso por parte de dos policías y de una persona sin uniforme que me miraban y se reían. Yo sabía que se reían de mí. Al que no era policía le pregunté por qué. ‘¿Qué, no puedo reírme? me respondió’”, contó.
Tras la atención, los médicos le indicaron un medicamento que le costó 15 mil pesos. Al otro día le recetaron otro. “Terminé gastando 28 mil pesos, estoy sin trabajo”, resaltó. Recién la noche del viernes pudo dormir recostada, apenas puede comer y bañarse del dolor que tiene en la cara.
“Es una situación muy violenta la que tuve que vivir yo, mi novio y mi familia. Todo esto por salir a marchar de una forma pacífica”, reflexionó, aunque insistió en que el miércoles próximo volverá a participar de la manifestación. “No tengo miedo de lo que pueda pasar. Soy una persona responsable que decidió apoyar a los jubilados y marchar por ellos. Siempre fui a marchas y nunca me tocó vivir tal violencia ante un derecho que es el de manifestarse”, concluyó.