La casa de los Jensen se convirtió en un chino

En la casa de los Jensen conocí herramientas que nunca había visto. Vi una picota de mano que me pareció fascinante, conocí también la amansadora y aprendí cómo era la vida de un camionero. Observé a Don Jensen, sin camisa, cargar una rueda de camión como si fuera un pedazo de tergopor, mientras caminaba entre los pedazos de ladrillo que siempre estaban en la vereda, como pétalos de flores rojos que crujían bajo mis pies. Mientras yo jugaba, veía a ese hombre ajustando tuercas, subiendo a los acoplados y abriendo el Scania, que parecía un Transformer cuando lo abría. También vi a Doña Jensen preparando helados con su saquito tejido a mano, siempre preguntando amablemente cómo estabas, cómo estaba tu familia y si querías comer algo, siempre predispuesta a compartir su bondad con una sonrisa o a reconocerte en el colectivo cuando ya no vivías en el barrio.

En la casa de los Jensen también conocí el miedo a ahogarme en la pileta que armaban en el fondo, que, para mí, era un universo entero. Era un lugar que albergaba tanta vida como herramientas inertes y pedazos de proyectos que nunca se concluían, pero que siempre parecían estar esperando a que los terminaran.

A la casa de los Jensen solo la conocía de verano. En realidad, la conocía en todas las estaciones, pero en verano podía abrir ese portón bordó con una goma que lo hacía cerrar de forma "automática", porque venían Cristian y Giselle, sus nietos que vivían en Río Gallegos. Cristian era mayor que yo y sabía mucho de computadoras. A temprana edad supe lo que era el sistema Linux porque él lo usaba. No solo eso, también podía usar Windows y Linux en la misma computadora. Además, traía un aire del sur que le daba épica a sus relatos y conocimientos. Lo veía como alguien superpoderoso: sabía de bicicletas, sabía qué herramientas usar, como su abuelo y su papá, que también era camionero. Era un gigante que nunca alcancé en altura.

Giselle era la hermana menor, siempre con una idea nueva, con una sonrisa pícara y una energía infinita. Así conocí a toda la familia Jensen, a los papás de Cristian y Giselle, a los tíos. Pasé a saludarlos en navidades y años nuevos. Vi partidos de Independiente (el club del que era fanático Cristian y, creo, toda la familia). Viví una infancia feliz, conocí un mundo nuevo y experimenté la bondad de personas maravillosas en la casa de los Jensen.

Hoy pasé por la casa de los Jensen y vi que inauguraban un almacén "chino". Pero para mí siempre será la casa de los Jensen.

Gerardo Escobar

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